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07 noviembre 2008

Del amor al odio sólo hay un paso

El odio es un sentimiento biológico complejo que, a través de la historia, ha llevado a los individuos a cometer tantos actos heroicos como viles. Lo mismo que puede decirse del amor. Y es que lo primero que han descubierto un grupo de investigadores del Laboratorio de Neurobiología del Colegio Universitario de Londres es que ambas pasiones comparten dos estructuras cerebrales, una semejanza mayor que la presentada con cualquier otra emoción. Por eso, el dicho popular afirma que 'del amor al odio sólo hay un paso'.

Según los resultados publicados en PLoS One, el proceso cerebral de amar y odiar es muy parecido, ambos sentimientos activan regiones comunes en nuestro cerebro. Sin embargo, existe una diferencia fundamental ya que, mientras el amor inhibe una gran parte del córtex, en los procesos protagonizados por el odio no se observa dicha inhibición. Esto es lo que lo convierte en un sentimiento mucho más racional.

Para descubrir 'el circuito del odio', que es único, los investigadores observaron mediante imágenes de resonancia magnética el cerebro de 17 individuos (10 hombres y siete mujeres) mientras veían fotos de caras de personas por las que sentían una seria animadversión (cedidas por cada participante) alternadas con otros rostros neutrales, que no despertaban en ellos ningún tipo de sentimiento.

De esta forma vieron las áreas neuronales que se activan al odiar. Sus resultados muestran que la red que se pone en marcha con esta pasión irracional implica a dos regiones que juegan un papel importante a la hora de generar un comportamiento agresivo y en trasladar posteriormente esta conducta a la práctica. Dichas zonas son el putamen y la ínsula.

Según Semir Zeki, neurobiólogo del UCL y director de la investigación junto a John Paul Romaya, algunas regiones del córtex que se desactivan con el amor y que hacen que nuestras acciones sean irracionales, se muestran hiperactividad con el odio, “posiblemente el cerebro utilice esto para calcular mejor las acciones cuyo objetivo es hacer daño a la persona que odiamos”.

"El hecho de que las zonas del putamen y la ínsula también se activen por el amor romántico no es sorprendente, ya que ambas pasiones pueden conllevar actos irracionales y agresivos", explica Semir Zeki.

El trabajo descubre que el odio tampoco comparte un patrón cerebral con otros sentimientos con los que podría tener algo que ver, como la ira, el enfado o el miedo. La amígdala, el cingulado anterior, el hipocampo, las regiones medio temporales y la corteza orbifrontal no tienen ninguna función para odiar pero sí son importantes para los otros sentimientos mencionados. Otro de los hallazgos del equipo británico es que cuanto mayor es el odio que se siente hacia una persona, mayor es la actividad en las áreas cerebrales implicadas.

Para Zeki, además de ayudar a comprender mejor el funcionamiento del cerebro humano, "el descubrimiento puede tener implicaciones en otros ámbitos, como por ejemplo en los juicios a criminales". "Cada vez sabemos más del cerebro. Si es ético o biológicamente deseable interferir en estas emociones básicas humanas es otra cuestión que la sociedad debatirá a su debido tiempo", concluye.

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